Esto fue lo que dijo el escritor Sam Colop sobre su visita a San Martín Jilotepeque
UCHA’XIK
Sam Colop Panecillos de San Martín
No me refiero a una panade - ría, si no a San Martín Jilotepeque, Chimaltenango, en cuya cabecera municipal se presentó el Popol Wuj el viernes de la semana pasada. Había ido a San Martín un par de veces ya hace muchos años, cuando la carretera no estaba asfaltada y literalmente había que tragar polvo. Conocí algunas de sus aldeas, así como Xesuj, que ahora es un lugar ecoturístico.
Esta vez no fui de paseo; la actividad estaba dirigida a estudiantes de secundaria, y como sucede con jóvenes de esa edad, llegaron muy pocos. Lo cierto es que entendí que no les ha quedado muy claro el contenido del libro, o tal vez no les ha interesado entenderlo, y solo medio lo leen para pasar una clase. Esto no es nuevo ni exclusivo de estudiantes de aquel lugar; es generalizado, y lo he escuchado varias veces, incluso de estudiantes universitarios, y me atrevería a decir que eso ocurre más con estudiantes mayas, porque asumen que por tener ese origen vienen con un conocimiento innato de la cultura de sus ancestros. La excepción es lo que brilla. Escuche usted a otros, adultos en este caso, que dicen: “Conforme a las abuelas y los abuelos”, y esto es casi literal, porque llegan a tres o cuatro generaciones anteriores, pero de lo que está escrito prácticamente les es ajeno. No me refiero a mi traducción, porque estaba en territorio kaqchikel, si no a obras como el Memorial de Sololá y diccionarios escritos en aquel idioma en siglos pasados. Sospecho que si me reuniera con estudiantes k’ichés también ocurriría lo mismo; bueno, ya me pasó algo semejante en Xela, donde hace unos doce años tuve una plática con estudiantes de secundaria, y aguantaron el equivalente a una hora clase porque creo que su profesor o algún encargado estaba presente para tomar nota de quien “se escapaba”. Mucha culpa de ese desinterés viene de un sistema educativo deficiente que se preocupa más en lo que gira alrededor de la cultura ladina y que procura que lo maya se vaya olvidando. Los esfuerzos que se hacen en educación bilingüe y educación intercultural son casi personales, y del Gobierno, antes como ahora, reciben muy poco apoyo.
De esa experiencia en San Martín Jilotepeque lo más interesante fue platicar con adultos después de la presentación de libro y haber degustado esos panecillos de fiesta, que no había comido en más de treinta años. Las preguntas y el intercambio de opiniones estuvieron acompañadas de un entremés. Los temas variaban entre los antiguos libros mayas, diccionarios coloniales, la espiritualidad y su folclorización actual, en la pareciera que todo aquel que no es ajkij no es maya. Los ajq’ijab son contados. Esto último no es opinión de mis interlocutores, para no endosarles responsabilidades ajenas, sino mía, y lo he expuesto algunas veces en este espacio. Varios de ellos estaban de acuerdo, no porque yo lo haya escrito, sino porque también piensan lo mismo. Con estos amigos de San Martín no faltaron las bromas y anécdotas que nos permitieron pasar un rato agradable. Gracias a los anfitriones, en especial al dueño del café donde se desarrollaron esas actividades, por habernos atendido muy bien, que como le dijo uno de los comensales del lugar cuando nos despedimos: “gracias vos, tu pisto estuvo muy sabroso”.
PA JUN CHOLAJ CHIK. Kabe rutzil wach che wanab Laxita xuquje’ che ri wikan Quique Colop jachin kinbinaj watz rumal che xink’iy kuk’ wikanib. Wakamik kalaxibal nima q’ij.